
En una alborotosa tarde, de gallinas revoleteando de loma en loma, Tarzan para las orejas y en un solo resoplo emprendió una veloz carrera tras un lobo que estaba azotando las gallinas, en cuestión de minutos se le vio cruzar alambrados al otro lado de la montaña; gruñidos, ladridos, quejidos rodaban por los pastizales hasta que lo único que se escuchaba eran los gritos de pedro, el mayordomo, quien llamaba a todo pulmón a su perro tarzan. 30 minutos se demoro pedro en ir hasta el sitio donde se hallaba Tarzan con el hocico en sangrado, una pata coja, y el lobo muerto.
No creo que mi perra Lupe; citadina de nacimiento, con una vida tan monótona como la de cualquiera de los que estamos alojados en estas selvas de pavimento, tenga la agilidad de cruzar cañadas, barrancos, pastizales y demás obstáculos de la vida del campo con tal rapidez como lo hacia su parentesco Tarzan. Es increíble pensar que la vagabunda de Lupe, quien fue adoptada por mi esposa y por mi después de encontrarla mojada y temblando del miedo al pie de un punte en un día lluvioso, conserve los instintos naturales territoriales tan fuertes como los de Tarzan.
Según estimaciones existen en todo el mundo alrededor de 600 razas de perros, y determinar la población de estos animales es muy difícil ya que hay demasiados perros abandonados que se reproducen sin control. (Una perra y su descendencia producen 67.000 crías).